Director: Dr. Jose Luis España

miércoles, 22 de mayo de 2013

DELITO Y VIOLENCIA

Una sociedad utópica, sin delito, es imposible. La “transgresión” esta en la naturaleza humana, unos la canalizan positivamente como motor de cambio de paradigmas vetustos o injustos y otros la utilizan negativamente en perjuicio de los derechos a la vida y propiedad –entre otros- de sus semejantes. El punto es la forma en la que esa transgresión negativa se lleva a cabo, y las mayores o menores consecuencias que el delito genera en la propia víctima. No pretendo con esto justificar una forma de actuar criminalmente por sobre otra menos vulnerante para con los derechos de las víctimas, sino de entender el fenómeno y ponerlo claramente, sin rodeos ni conceptos cargados de corrección política, sobre la mesa. Mi experiencia me indica que lo que viene caracterizándose como una mutación de mayor intolerancia frente al delito es el grado de “violencia” con el que estos se cometen, la mayoría de las veces excesiva y hasta innecesaria. La violencia ha dejado de ser –en la acción delictual- un factor intimidante para evitar la resistencia de la víctima, para convertirse en una consecuencia casi inevitable del delito, merced al uso de la misma con prescindencia de la reacción frente a la conducta criminal, muchas veces precediéndola y otras tantas, desencadenándose sin necesidad racional alguna, con la mera intención de dañar sin ningún justificante.
La “violencia” hoy identifica al delito, pero este fenómeno no puede ser abordado aisladamente como si la misma caracterizara solo a este tipo de conductas transgresoras de la ley penal, al hacerlo de esta forma, estaríamos parcializando el análisis y cometiendo un gravísimo error en la evaluación. Pocas cosas hoy cruzan transversalmente a la sociedad como lo hace – sin lugar a dudas- “la violencia”, por eso como pretendemos que aquellos que cometen delitos, la mayoría de las veces provenientes de los sectores más vulnerables de la sociedad y víctimas de las más diversas formas  de agresión institucional, social e intra-familiar, no repliquen en su conducta lo que han aprendido y padecido. No es “violencia institucional” ver morir a un hijo, a un padre, o a un hermano  en una camilla de un hospital por falta de atención, recursos o simplemente desidia?; no es  “violencia institucional” vivir sin la mínima respuesta a las necesidades básicas de los ciudadanos y al acceso a bienes elementales para el desarrollo personal? (agua potable, cloacas, asfaltos, etc.); no es “violencia institucional” la falta de trabajo, de educación y de salud?. Si lo es, como también lo es la “violencia social” ante la carencia de solidaridad, de respeto hacia los otros, de modos racionales de solución de conflictos personales, de vecindad, la agresión a educadores, a la policía, etc.;  la “violencia social” no solo se da como un conflicto cruzado entre individuos de distintas clases sociales (el de clase baja frente al de clase media o alta), sino entre los de una misma clase social (ej. robos entre habitantes de un mismo barrio, el cobro de peaje a quienes regresan de asentamientos de emergencia a trabajar, etc.). Por último y no menos importante, la “violencia intra-familiar” fuente de abusos sexuales, lesiones y homicidios, entre muchos otros delitos; un niño golpeado, abusado y maltratado, espectador de episodios consuetudinarios de violencia doméstica puede canalizar su conducta de un modo no violento?. Imposible.
Como vemos, un abordaje de la problemática de la inseguridad –entendida esta como flagelo frente a episodios criminales- sin tener en cuenta a las distintas formas de violencia que atraviesan a nuestra sociedad seguramente conducirá a un nuevo fracaso. Una de las fuentes más importantes de la inseguridad es entonces “la violencia”, en sí misma una transgresión. Su abordaje es imprescindible si queremos ir avanzando en un sentido que de respuestas a nuestras propias necesidades. Si la vida de un individuo marginado, excluido y maltratado no vale nada para “los otros”, porque “la vida de los otros” debe tener algún valor para él, si ha sido relegado a ser una “cosa” para los demás, porque los demás van a representar algo distinto para él. Antes, en los delitos contra la propiedad, el objeto era precisamente “la cosa pretendida”, y la violencia sobre las personas estaba reducida a su mínima expresión para conseguir lo buscado, hoy, al haberse equiparado los bienes, da lo mismo matar para robar, aunque eso no deba ser necesariamente un medio para conseguir el fin, personas y cosas hoy son lo mismo.
Siempre he creído que los “valores” que nos han enseñado nuestros mayores en muchos casos han perdurado, y deben retroalimentarse y crecer, pero para eso la sociedad necesita espejos donde mirarse y reconocerse en ellos, donde replicarse a imagen y semejanza de buenos ejemplos, de conductas correctas, de rectitud, de virtud. Convengamos que nuestra clase política no ha dado demasiadas muestras en ese sentido, más bien todo lo contrario, y eso ha contribuido enormemente a la proyección aritmética de la violencia institucional, social e intra-familiar, que hoy nos enfrenta con su costado más duro, la criminalidad irracional.
La participación ciudadana, por fuera de las estructuras que la política ha incentivado meramente para tener un control de quienes deben controlarlos, es la única forma de empezar a desandar un camino que empiece a dar algún fruto frente a esta forma de calamidad contemporánea  – la inseguridad -, y su fuente más temible –la violencia-. Cada vez mas creo que la única acción frente al delito – la represiva, violenta por cierto- es una útil herramienta de control social que evidentemente tiene una finalidad política, razón por la cual, otras medidas de corto, mediano y largo plazo como respuesta ante el fenómeno, conspiran contra intereses mezquinos de los gobiernos de turno. Esto se viene repitiendo sistemáticamente desde el retorno al proceso democrático iniciado en 1983, lo que es desalentador, pero también una evidencia de que esta en nuestras manos y no en las de quienes nos dirigen empezar algún día a construir un nuevo paradigma frente al problema, que nos contenga y favorezca a todos. 

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